Hurgando entre las cuevas sagradas de Le Corps, más allá de las colinas
frondosas, encontré un riachuelo. Era cristalino
y profundo, y nada lo agitaba. Había escuchado que, ciertas veces, diminutos
pececillos aparecían, buscando llegar al norte, pero éste solo brillaba a la
luz de la luna. Me acerqué sigilosa y toqué las aguas con la punta de los
dedos. Eran tan tibias y espesas que, al retirarlos, hilos translucidos
quedaban entrelazados. Observaba con atención serena, y una pregunta zumbó en
mis oídos. Con inocencia y curiosidad acerqué los dedos a mis labios y probé de
aquel líquido brillante. Mis pupilas se dilataron y, asombrada por el sabor,
solté un jadeo lleno de éxtasis y goce. Mi paladar estaba embriagado y me animé
a beber solo un poco de aquellas aguas que con lentitud bajaban por mi
garganta, mientras algunas gotas iban quedando entre mis labios. Supe que eran
especiales, mágicas, y que debían ser cuidadas con cariño y entrega. Sonreí para
mis adentros y me quedé dormida, complacida por el descubrimiento de las tibias
aguas de Le Corps.
AuraLuna
Hay ciertas cosas...
Aura Rodríguez
9:49 p.m.